Luís Ramiro Beltrán es un nombre que se escucha a lo largo del
continente desde hace mucho tiempo y en muchas generaciones pasadas y
presentes. Y no en vano, pues es uno de
los pensadores más influyentes de la comunicación latinoamericana y fundador de
la Escuela del Pensamiento Crítico frente a uno de los sistemas político-económicos
más insaciables que abrió brechas profundas de desigualdades sociales: el
neoliberalismo y sus defensores con su otra forma de comunicación, la fáctica.
Bienvenido
este y más que merecido homenaje que le hace CIESPAL a Luís Ramiro Beltrán
Salmón entre tantos otros importantes reconocimientos pero no redundaré sobre
ellos, me referiré a su otro perfil, el humano; a su calidad de hijo, de
esposo, de amigo, al Luís Ramiro que conocí
en nuestros encuentros por esos caminos de vida con historia, con la
humildad en las coincidencias y las grandes diferencias.
Lo
conocí en persona en 1960 cuando yo no pasaba por un buen momento pero había
oído hablar mucho de él en “La Patria”
, el único diario importante de Oruro, donde me iniciaba como dibujante ilustrador y caricaturista pero que mi verdadero cargo era “archivador de clisés”, esas láminas de zinc tratadas con ácidos y que terminaban siendo las fotos que ilustraban las noticias y que varias veces habían sido “empasteladas” por grupos políticos que no estaban de acuerdo con las opiniones del diario. Luego con don Enrique Miralles Bonecarrere, Director del diario, fundaríamos “El Mosquito”, una revista de humor político que duraría más de un año de publicaciones mensuales, y es cuando me enteraría que Luís Ramiro, muy jovencito, se había iniciado en este sencillo pero gran diario como corresponsal sin sueldo, que también escribió humor político en la revista “Flechazos” de Juan Rodríguez Baldivieso, Rod Bal. Pero lo que me dejó estupefacto es que siendo aún estudiante secundario a sus 12 años ya colaboraba en este diario, luego a sus 13 era Jefe de Información del vespertino “Sajama” y a sus 16 años, Jefe de Redacción de “La Patria”. Que en algún momento ocupamos las mismas aulas del colegio, él como estudiante nocturno en el Olañeta y yo como diurno en el Bolívar, claro, con la diferencia de los 7 años que nos separa.
, el único diario importante de Oruro, donde me iniciaba como dibujante ilustrador y caricaturista pero que mi verdadero cargo era “archivador de clisés”, esas láminas de zinc tratadas con ácidos y que terminaban siendo las fotos que ilustraban las noticias y que varias veces habían sido “empasteladas” por grupos políticos que no estaban de acuerdo con las opiniones del diario. Luego con don Enrique Miralles Bonecarrere, Director del diario, fundaríamos “El Mosquito”, una revista de humor político que duraría más de un año de publicaciones mensuales, y es cuando me enteraría que Luís Ramiro, muy jovencito, se había iniciado en este sencillo pero gran diario como corresponsal sin sueldo, que también escribió humor político en la revista “Flechazos” de Juan Rodríguez Baldivieso, Rod Bal. Pero lo que me dejó estupefacto es que siendo aún estudiante secundario a sus 12 años ya colaboraba en este diario, luego a sus 13 era Jefe de Información del vespertino “Sajama” y a sus 16 años, Jefe de Redacción de “La Patria”. Que en algún momento ocupamos las mismas aulas del colegio, él como estudiante nocturno en el Olañeta y yo como diurno en el Bolívar, claro, con la diferencia de los 7 años que nos separa.
Conocerlo
en el Centro Audiovisual de La Paz dependiente del Punto IV, una entidad de cooperación norteamericana
donde hacía poco había conseguido trabajo por examen de méritos como dibujante
ilustrador fue muy alentador. Él había
sido invitado, desde Costa Rica, donde ejercía un cargo importantísimo de la
OEA para preparar una Campaña Audiovisual y ya tenía los lauros de haber sido el
guionista de ese extraordinario documental “Vuelve Sebastiana” cuando recibió
mi visita para quejarme, como lo haría un hijo con su padre, lo mal que se
habían portado los gringos que no
quisieron reconocerme un dinero extra, $ 50, por un trabajo de arte, muy
especial, que le hacían todos los ingenieros del Punto IV para despedir a su
Director que se iba de Bolivia y le hacía leer la copia de mi carta de
renuncia. Como no podía ser de otra
manera, me felicitó por mi acto de dignidad y me dio ánimos para seguir
adelante. Es cuando inicié “Cascabel”, la revista de humor político que se editaría
durante diez años y que hoy se encuentra como un gran referente del periodismo
humorístico y el Cómic bolivianos. Luego, habría un lapso grande de tiempo
donde solo escucharía sus grandes avances internacionales en lo comunicacional.
Nuestros
caminos se volverían a cruzar en Quito. Después
de purgar un exilio político de 8 años en Lima, recibí la invitación para
hacerme cargo como Director de Arte y Creatividad de una importante
publicitaria de Guayaquil en 1978 y decidí no regresar a Bolivia. Después de
una feliz trayectoria como publicista y también como pintor de acuarelas recibí
la invitación del flamante Vicepresidente
del Ecuador, Ing. Luis Parodi Valverde, del Gobierno de Rodrigo Borja
para hacerme cargo de una asesoría en comunicación de la vicepresidencia. Es
cuando se inició la Campaña de Alfabetización Mons. Rodríguez Proaño y recibí
del Director de la UNESCO, Luís Ramiro Beltrán un encargo para esta campaña. Mi
alegría de volvernos a reencontrar fue grande porque en este pequeño espacio de tiempo es que
conocí al personaje central de esta historia, Betshabé Salmón, doña Becha, la
mamá de Luís Ramiro.
Nunca
había entendido, hasta entonces, ese profundo lazo filial que existía entre
ambos. Al conocer a esta extraordinaria, bella y dulce anciana, sentí su
encanto y positivismo al tratarme como a un verdadero hijo y compartir desde
entonces y en varias ocasiones momentos de
mucha felicidad, principalmente hablando de nuestra tierra y en especial
de Oruro. Es cuando supe que en esos tiempos fue una mujer de ideas muy
avanzadas junto a una generación femenina
progresista que culminó con muchas ediciones de “Feminiflor”, una
revista fuera de época que bien podía
leerse en ciudades mucho más grandes y
de ideas más adelantadas, pero Oruro,
esa pequeña ciudad pero gran centro minero, fue la privilegiada. Aún conservo una revista de
sus manos autografiada.
Para
Luís Ramiro, Doña Becha era la niña de sus ojos y era entendible por qué.
Cuando
a la edad de tres años pierde a su padre en una contienda cruel y absurda, la
guerra del Chaco, no logrará entender a profundidad, igual que su hermano, el inmenso
dolor de su madre; luego, el
fallecimiento por accidente de su prima hermana Norka que vivía junto a ellos
tras el fallecimiento de su madre, hermana de doña Becha. A los pocos años, en
otro accidente muere su hermano Pocho. Imagínense cuánto sufrimiento se albergó en ambos,
especialmente en el alma de Bechita y la
posterior preocupación de ella, de perder a su único hijo que le quedaba, Luís Ramiro o
viceversa, perder a la única joya que le
restaba de su tesoro, su santa madre. Entre ellos nació un halo de protección y amor
mutuos, hasta la irremediable partida de doña Becha.
Luis
Ramiro en todos estos años había sacrificado su felicidad personal por el amor
filial que le hacía también feliz pero el amor de su vida estaba esperando en
otro capítulo de sacrificio, su novia de muchos años Nora Olaya. Al fin, libres de lastimar de alguna forma a esta
singular madre signada por un cruel destino, se casaron y ahora viven en La Paz
potenciando felicidad entre amigos que los visitan constantemente, en un
ambiente lleno de obras y objetos de arte, de estantes de libros, de documentos
archivados y de recuerdos atesorados
donde Luis Ramiro aún escribe
infatigable y Nora le acompaña en sus interminables sueños tratando de
reconstruir los días perdidos. Mi
homenaje sincero a este gran comunicador y amigo, orgullo latinoamericano.
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